Juliana soñó que se llamaba Ausencia.
¿Es verdad el peligro en la amenaza de un sueño que siempre es cobarde?, pregunta a la mañana y le responde el suspiro del vacío. Es la flama vacua. Quiere saber si aún vive algo en ella, algún residuo que haya logrado soportar su solivianto, el envenenamiento a escondidas, esa manía de asistirse por la magia.
En la desesperanza asalta el hambre de imprimirle al tiempo una reversa vertiginosa. Cuando recuerda, anega el seco lago de deseos y cruza el puente de la nostalgia para estar a salvo.
Juliana escribe:
Podría entender. Quiero entender ahora, pero mi sangre rompe en hervores cuando recuerdo. Puedo acomodar asaltos del pensamiento como ordenar ropa en los cajones, ¿pero en el alma?
La razón, la inteligencia, están provistas de un archivo; el alma es diferente. Ésta vive distraída y de pronto un día la acuchilla una verdad, y todo en esa órbita se inquieta y se aborrasca. En ese lugar no hay armarios donde doblar los sentimientos. Es perfecta nebulosa que jubila prematuros juicios, escondite apócrifo que cierra la mirada y sin querer aguarda.
Siente a su mirada desangrarse, el sabor del tacto se ha hecho piedra; el tono se le escurre y no puede hablar sino en la nebulosa travesía de palabras.
Quiero saber si en mi último momento podré sentir la danza transparente que bailan los enamorados.
Por los agujeros de su laberinto se escapa el golondrino del amor, no sin antes estampar su vuelo contra muros cada vez más apretados. Su desfallecer en verso la despierta.
Estoy leyendo sobre el túnel de la muerte.
A.K.L
(poema en prosa inédito)