sábado, enero 19, 2013


LA SANGRE DE LA LUNA


¿Seguir leyendo o mirar a la hija cuando duerme?

La noche se sostiene en plumas húmedas, garúa que cierra ventanales, encoge espacios, silencia perros, gatos, y a los pájaros que llevo adentro.

Es la atmósfera antesala de recordatorio. Un confesionario sin escapatoria cubierto de cenizas.

Hoy quiero hablar con alguien: de la luna que me tiene congelada, del fantasma con quien vivo. No hay nadie, nada, ni aquella rabia que me dejaba temblando pero libre.

Soñé y fui encerrada en el presente.

Se vuelven piedras las palabras que dicto a mi inocencia, en un montículo que oprime la sagrada infancia, dejándome marchita de miedo y veleidad.

Sufre la pasión, oscila por mi estado solitario y no sé si asesinarla o darle aliento.
Si la tierra me sostiene, la luna me suspende con su sangre; pero el sol me funde y no puedo coagular toda la vida.

Para esta otra mujer que habito, vivir entre excesos y dudas resulta peligroso. Es la extremadura donde cavo un túnel que me lleve al permeable nacimiento.

Cierro los ojos y veo paredes desplomándose. Huyo ante la imagen de mi hija muerta.

Cuánto me cuesta confesar el odio.

Todo es penitencia, menos esta sangre lunar, dueña del mundo y de su pulso, a la que pido aguarde mi canción en su memoria y me conceda los latidos suficientes para poderme recordar, para saber decir de nuevo que amo.

AKL

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