PORQUE LOS ÁRBOLES SE ENTIENDEN TOCANDO SUS RAÍCES
“Nadia es silenciosa como un cuaderno de
croquis.
Nadia creció en el pueblo como el árbol más
simple
Y con ella me entiendo sin decir palabra
Porque los árboles se entienden tocando sus raíces.”
-Jorge
Teillier-
Siempre ha sido una mujer la que me regresa a seguir
escribiendo.
Recuerdo a Lulú poeta (Lourdes Olmos), hace ya más de 20 años,
quien me invitó un café para entrevistarme. Justa excusa para escudriñar en mí: “¿Por qué has dejado de
escribir?” Nunca vi, o no recuerdo, la
entrevista publicada. Ella escribía entonces para La Colmena, revista literaria con inclinaciones feministas o algo
así. Después de darle una serie de pretextos, conversaciones "de bulto", el clima, la moda... advertí que la cortina tras la que me mantenía oculta, estaba ya muy
lavada, rota, deshaciéndose casi. Y la
verdad, me fue difícil una nueva confeccionar. Así que, después de una sobredosis de cafeína,
entre la cual confesé estaba escribiendo hijos y editando un matrimonio, regresé a mi jaula y como enferma desahuciada, volví a escribir.
Esta vez era para publicar y no lo sabía.
Héctor Alvarado iniciaba la revista Papeles de la Mancuspia, aquí en Monterrey, y me invitó a la
inauguración, donde se presentaba el primer ejemplar. Para no quedarme entre el público solamente,
le propuse colaborar con algo. “Sí, puedes hacerte cargo de la venta de
cerveza.” Y así lo hice. No me importó helarme las manos, una y mil veces
sacando chelas de los toneles con agua-hielo, con tal de hacerme parte de ese proyecto
que, hasta ahora, gracias a la pasión que Fernando Elizondo le da, deja una
gran estela de críticas, amores, aplausos, envidias y pasiones.
Poco después de ese happening,
mi presencia en las juntas/talleres de la revista, mis arrodillados textos
dispuestos a ser podados una y mil veces, mi pasión por escribir, dieron frutos: ya era miembro del Consejo Editorial de Papeles de la Mancuspia. Y
fue él, Héctor, quien cierta noche me llevó aparte y me dijo: “Anna, ¿no crees
que ya es hora de publicar?” Recuerdo
haberme quedado muda, tiesa, algo así
como cuando te anuncian que estás embarazada. “No, no… espérame un poco, no sé no sé no sé, tengo miedo…”
Aún ignoro si fue el reto -ese miedo apostándole a más miedo-, el
vacío ocupándose del matrimonio, quién sabe; lo que
sucedió después fue, creo ahora, lo inevitable: Me vi
publicada en dos libros en el mismo año.
Ya por entonces había compartido algunos aforismos, poemas y
“contestatarias” en la misma revista y en el suplemento cultural de uno de los
diarios locales, pero nada más. Ahora me
estaba viendo, desnuda, en libros.
Al publicarse el tercero, dejé las palabras. Me sumergí en ese autismo literario donde
nada ni nadie importaba, ni yo misma. Hube de asirme a inmóviles lianas para
dejar de hundirme, para quedarme sujeta a algo, no sabía a qué, para poder
salir de aquello algún día, cierta noche, de esa otra soledad…
Siempre ha sido una mujer quien me regrese al vientre.
Luego aparece un par de alas: Isabel Miranda. Los hilos de
la red y el Universo conspiraron para conocernos. Isabel es una mujer que insemina la palabra,
es una poeta. Isa me leyó, me buscó, me preguntó, y con sus letras pudo recordarme
de lo que estoy hecha; juntó lo más rescatable de mis versos, los unió, los
acarició, los tradujo y los dejó a mi vista, resucitó mis ojos, mis
sentidos y volví a creer.
Gracias a estas dos mujeres, a tantas otras amigas, a
grandes escritoras y escritores que habitan mi oficio, es que vuelvo a la pluma
y al papel. Vuelvo y sangro bestias: signos, sonidos, verbos, cadencias,
adjetivos… todos escapan de la jaula para correr el riesgo de volar, y si
son afortunados, anidarán en alguien, en cualquier amante de vida o muerte,
del trayecto de luz hacia la oscuridad y viceversa. En esta ocasión, me alegra seas tú.
AKL